(351 palabras) Anton Pavlovich Chekhov vivió en un momento difícil para Rusia. El país entró con cautela en el siglo XX. Un imperio atormentado por contradicciones internas y enfrentando amenazas externas no pudo encontrar respuestas a numerosas preguntas, continuando viviendo su glorioso pasado e ignorando la realidad. La obra "The Cherry Orchard" está dedicada a esta contradicción entre el pasado y el futuro.
Por un lado, hay representantes del pasado, Lyubov Ranevskaya y Leonid Gaev, nobles que no están adaptados a las realidades prácticas. Por otro lado, está Yermolai Lopakhin, un hombre de negocios pragmático, nativo de la gente común, que se ha convertido en comerciante. También hay una naciente intelectualidad revolucionaria: Anna y Petya Trofimov. Profesan fe en un futuro feliz, sin embargo, no respaldados por ningún acto digno. A través del conflicto de estas personas alrededor de la antigua finca Gaev y el huerto de cerezos, que es la personificación del antiguo propietario de Rusia, Chekhov muestra un choque de diferentes generaciones y creencias. Al no permitirse juzgar eventos unilaterales, el escritor muestra la situación desde varios lados.
Ranevskaya y Gaev son una verdadera aristocracia, sublime y educada, con una naturaleza excelente. Su único defecto es que la nobleza, como tal, degenera y se encuentra en un mundo que no comprende sus dudosos privilegios. Y en esto, Chéjov ve la tragedia de una clase fulminante. Lopakhin es el mismo producto de su época. A pesar de todos sus logros, educado en el espíritu de servidumbre, Yermolai es incapaz de percibirse a sí mismo como una persona de pleno derecho. Es por eso que, incluso después de comprar la propiedad de Gayev, no pudo confesar su amor a la hija adoptiva de Ranevskaya, Vara, sin reconocerse a sí mismo como un igual a una niña de la clase alta. Resulta una situación muy paradójica: Love y Leonid participan en una batalla desesperada con el futuro para proteger su pasado feliz, mientras que Lopakhin, por el contrario, está tratando de derrotar a su pasado servil para avanzar con confianza hacia el futuro. Sin embargo, ambos lados del conflicto son derrotados, siendo incapaces de superar las circunstancias y su propia naturaleza. Pero, sin embargo, en un choque del pasado y el futuro, Chéjov le da la victoria al futuro. Junto con el huerto de cerezos, se levanta otro símbolo del pasado, los abetos lacayos, el mismo siervo de ayer que Lopakhin, que ni siquiera trata de convertirse en una persona de pleno derecho. La escena final, en la que Firs, olvidado por todos, permanece solo en una casa vacía, pronuncia la frase final de la vieja era.
Chéjov era realista. No puedes vivir en el pasado para siempre, y la humanidad, si quiere prosperidad para sí misma, siempre debe mirar hacia adelante, hacia el futuro.